“C
astilla miserable, ayer dominadora, envuelta en susharapos desprecia cuanto ignora”, escribía a principios del siglo pasado el poeta sevillano Antonio Machado al ver cómo se rasgaban las vestiduras cumplidos funcionarios y no pocos ciudadanos tras la pérdida en 1898 de Cuba, Puerto Rico y Filipinas ante las descompuestas embestidas de Estados Unidos.
Además de humana condición suele ser característica de Europa en general y de España en particular despreciar cuanto no sea europeo de origen, influenciados en buena medida por la presencia del Vaticano y su pretensión de ser los depositarios dela verdadera religión y socios de Dios, no de cualquiera sino del único y omnipotente, como sus seguidores pretenden serlo sin lograrlo.
Que durante algunos sigloslo hayan logrado en el resto de los continentes mediante un coloniaje voraz e imprevisor, hoy se les revierte defea manera con la oleada de migrantes que llegan cada día a sus países, sin mayores posibilidades de detenerla habida cuenta que los esquemas económicos y religiosos que sembraron apenas permiten esta magra cosecha de desempleados.
Por ello España se hace del rogar cuando de dar empleo a matadores foráneos se trata. No sólo por su condición de extranjeros sino por el proteccionismo de siempre a su fiesta y a sus actores luego de los sustos que les dieron Gaona, Armillita y Arruza, con una tauromaquia que los hizo ponerse en guardia, para los restos, al comprobar que unos fuereños podían ser mejores que los de casa.
Y después los denominados sudacas, despectiva clasificación de los provenientes de países de Sudamérica, como los Césares Girón y Rincón o el espigado peruano Roca Rey. Por eso los puestos son muy escasos, porque España no se anda con las aperturas y postraciones de sus antiguas colonias en un continente descubiertopor el tropezón de Colón, pero sobre todo, encubierto en sus tradiciones, autoestima y capacidades por una corona miope.
Que en materia taurina los presidentes Chávez, Correa y Petro le hayan hecho el juego al imperio estadunidense cerrando los escenarios de toros más importantes de sus respectivos países, refleja un equívoco mayúsculo para frenar las añejas postraciones no del pueblo, sino de una acomplejada élite taurina incapaz de valorarse y promover, con diestros nacionales, una fiesta de escala internacional.
Por este viciado ambiente de confusiones y complejos de unos y otros el domingo 19 de mayo, en la Plaza de Las Ventas, el colombiano Juan de Castilla (29 años y siete de alternativa) y el venezolano Jesús Enrique Colombo (26 y seis) se volcaron como leones hambrientos ante sus respectivos lotes, no de una ganadería de la ilusión, como solicitan los toreros-marca, sino con exigentes reses del legendario hierro de Miura que permitieron ver, además de las ganas, el nivel anímico y técnico de ambos matadores, relegados en su paísnatal.
¿Y qué pasó? Que cada quien en su estilo, uno más asentado el otro más bullidor, tuvo la capacidad de someter aquellos toros, meterlos en la muleta, estructurar a pie firme inverosímiles y emocionantes faenas, transmitir un sentimiento que caló hondo en los tendidos y dejar estocadas enteras, desprendidas o caídas, que les impidieron cortar oreja.
Acá, generosos como sonpúblico y autoridá, les habrían otorgado el rabo y hasta una hermana. A saber si De Castilla y Colombo son aprovechados en España; en sus respectivos países las aturdidas empresas tienen la obligación de ponerlos con los importados, antes de que los revolucionados metidos a antimperialistas acaben de prohibir el incivilizado espectáculo por órdenes de los civilizados gringos.
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