***Poza Rica.-
VIERNES DE CRÓNICA
AMORES PERROS
Por Leonardo Zaleta
Cronista de la ciudad
En Poza Rica tienen apodo las personas (que en ocasiones involucra a familias enteras), los sitios públicos, las herramientas de trabajo (perforación), y en cuanto a animales domésticos ¿qué decir?, ni modo que tengan nombre propio. El caso es el siguiente:
Avanzada la segunda mitad del siglo pasado, sobre la calle 16 de septiembre de la colonia Tepeyac, tenía su domicilio el distinguido Dr. Pedro Alison Sierra. La casa de enfrente, hermosa y con un vistoso jardín que daba a la calle, la habitaba con su familia el Ing. Guillermo Huerta, empleado de Pemex.
De la ciudad de México trajo un par de perritas de Pedigree, a las que trataba esmeradamente. A fin de lograr una cruza excepcional, meses después trajo en avión un perro fino que las perritas fastidiosas desairaron olímpicamente.
Por las tardes pasaba por la banqueta un niño como de 10 años de edad acompañado de un perro sucio, corriente y famélico que miraba a las acicaladas perritas con lujuria desmedida (los expertos aseveran que junto a la gula, son los pecados más bonitos).
Como dicen los literatos que el amor vence todas las barreras habidas y por haber, el perro corriente se encaramó como pudo por un tubo que servía de bastidor a la tela ciclón y saltó al paraíso del deseo, donde se revolcó animadamente con los bomboncitos de sangre azul, seducción que se volvió una sana costumbre para el trio ardiente y enjundioso.
El niño era cómplice con su indiferencia y su paciencia, de aquellas alegres orgías caninas mientras los dueños estaban ausentes.
Cuando el orondo propietario se dio cuenta del quebranto causado por el perro cochambroso, montó en cólera como si el ultraje lo hubiera recibido un familiar muy querido o un amigo de su círculo más cercano.
- Pero su rabieta alcanzó dimensiones de tragedia, ya que por ironías del destino el perrucho fornicario ostentaba (acertadamente) el apodo de “El Cachuchas” (dícese de aquel que goza sin retribución).
